A propósito de un grabado japonés del siglo pasado, el autor de este artículo especula sobre la sexualidad femenina a través una serie de obras de arte que guardan un punto en común
El erotismo del pulpo
ALBERTO HERNANDO
Hacia 1820 el maestro japonés Hokusai realizó un grabado que mostraba a un pulpo cuya boca está adherida al sexo de una mujer mientras sus tentáculos se introducen por su boca, sujetan uno de sus pezones y se enroscan por sus piernas y nalgas. El dibujo tiene por título El sueño de la mujer del pescador. En la escena confluyen una serie de íntimas fantasías eróticas de la mujer: la viscosidad animal, lo tentacular, lo húmedo, el horror monstruoso, el goce convulsivo y la violencia lúbrica.
El grabado de Hokusai, cuando fue conocido en los círculos artísticos occidentales, especialmente por los decadentistas, causó una gran conmoción y fue celebrado como la expresión magistral de la animalidad del deseo donde se rehabilitaba la lujuria vinculada al sufrimiento. Joris-Karl Huysmans, dirá al respecto: «¡La expresión casi sobrehumana de angustia y de dolor que convulsiona a esa larga figura de Pierrot, de nariz arqueada, y la alegría histérica que filtra al mismo tiempo de esa frente, de esos ojos cerrados de muerte, son admirables!». Otro decadentista, Felicien Rops, maestro del erotismo sacrílego y maldito, reproduciría la imagen de una manera mucho más compulsiva: una mujer desnuda se debate frente a un pulpo sujetando con cada una de sus manos fálicos tentáculos mientras que otros la penetran por la boca y la vagina y al mismo tiempo la hiere con su punzante pico.
La atracción por el tema desde la perspectiva pictórica ha perseverado hasta nuestros días: Masami Teraoka, en clave pop art y parodiando la escena de Hokusai, dibuja una mujer rubia californiana pugnando contra un pulpo cuyos tentáculos están preservados por condones (New Wave Series: Eight-Condom Fantasy): a la clave de horror erótico que conlleva la imagen del pulpo se adiciona la referencia a la amenaza de contagio letal. En relación con los condones, un aditamento de imaginación erótica y ampliación del placer son los french ticklers (cosquillas francesas) o preservativos cuya punta está provista de apéndices simulando los tentáculos de un pulpo. En esta ocasión, la forma simbólica del pulpo se reduce estratégicamente para que la posesión del cuerpo femenino sea intestina, penetre en los más hondo, frote y excite cada rincón de la vagina.
Hasta la aparición del grabado de Hokusai, la figura del pulpo velaba un discurso de lo reprimido. Simbólicamente el pulpo era asimilado al terror de los monstruos marinos (las leyendas escandinavas sobre los Kraken), señal de peligro de que algo o alguien intenta hundirte (adivinación por los posos del té); emblema de tiranía o gula extrema (Horapolo en su Hieraglyphica); o representación de un ser maligno y dañino que contrasta con el amor puro, como se evidencia en la obra de Rafael titulada Galatea, donde se expone, como exaltación del triunfo del Amor sobre el Mal, a un delfín -imagen del amor que se entrega hasta la muerte- devorando a un pulpo. Sólo Eliano, escritor griego del siglo III, en su Historia Natural habla de la incontinencia sexual del pulpo que le debilita de tal forma que constituye presa fácil para los cangrejos.
En psicología, la figura del pulpo que aparece en sueños se interpreta como complejos neuróticos que remiten a personas a las que se teme o que ejercen un dominio absorbente y tiránico; especialmente la madre castradora. En otras ocasiones, acorde con la tradición misógina freudiana, se identifica al pulpo con el miedo al sexo femenino. Por esa potencia onírica o fijación inconsciente, la imagen del pulpo en sus connotaciones eróticas ha sido un lugar común de los surrealistas. Isidore Ducasse, más conocido por Lautréamont y surrealista avant la lettre, convierte al protagonista de sus Cantos de Maldoror en un pulpo para atrapar a Dios mediante sus «Cuatrocientas ventosas bajo las axilas, hasta hacerle lanzar terribles gritos» que se convertían en «víboras» y «reptantes dotados de innumerables anillos» que «han jurado dar caza a la inocencia humana».
Dalí realizará en 1963 un dibujo dedicado a su amigo Carles Alemany titulado San Jorge luchando contra el pulpo: San Jorge se enfrenta a un pulpo enarbolando un escudo ornamentado con una cabeza de medusa. Un ojo monstruoso de largas pestañas se halla en el centro de la cabeza del pulpo; sus tentáculos están complementados por varios penes, de los cuales uno eyacula sobre el sexo de una mujer abierta de piernas. Hans Bellmer titula uno de sus grabados Cefalópodo (1968): una joven tendida muestra su sexo desde la perspectiva del culo que sirve a un tiempo para perfilar una cabeza cuya oreja se sobrepone a los repliegues de la vulva.
La poesía surrealista igualmente se hizo eco de la sugerente eroticidad del pulpo. Joyce Mansour en su obra Déchirures (1954) escribirá: «Llegan la noche y tu éxtasis/Y mi cuerpo profundo ese pulpo sin pensamiento/Engulle tu sexo agitado/Durante su nacimiento». En el poema titulado El cazador de cabezas de Michel Leiris, contenido en Haut-mal (1943), podemos leer: «La noche me abre la docilidad de sus arcanos/pero a sus pentaclos chisporreantes prefiero/el pentagrama de tu cuerpo/Cinco sentidos Cinco Tentáculos El Pulpo/hincha de sangre sus brazos pero cuánto más prefiero/la alhaja pesada de tus entrañas en la que nunca penetra la luz/a no ser el mástil deslumbrador/en el minuto en que la fauna misteriosa de un país ignorado/acude a beber en nuestra fuente/Cinco tentáculos Cinco hojas de acero».
Como fantasía tenebrosa de la mujer, Andrzej Zulawski en su filme Posesión, interpretado por Patricia Adjani, cuenta la inquietante historia de una mujer cuyo deseo crea un monstruo tentacular que la posee y destruye a todo competidor humano que se la acerque. Esa metáfora del deseo extremo ilustra la potencia de la mujer para crear sus propias realidades a partir de la fantasía.
Llegados a este punto a través de las derivaciones simbólicas del pulpo, cabe preguntarse, ¿el pulpo es una fantasía erótica específica de la mujer, o una proyección de los miedos del hombre? Ciertamente, parece lógico que es compatible con la mujer la posibilidad de fantasear sobre un ser que a un tiempo pulse y penetre todas las partes erógenas, despierte los sentidos, intensifique el placer y armonice los ritmos precisos, independientes, sincronizados, de las zonas de la carne sensibles al gozo; que dirija todas las sensaciones a una apoteosis múltiple, a un orgasmo multiplicado, a un frenesí exuberante y delirante. La mujer en ese abandono lograría a un tiempo ser objeto y usuaria de placer. Procopio en su Anécdota cuenta como la emperatriz Teodora trató de experimentar ese climax en un lance amoroso al «satisfacer completo y simultáneamente todos los orificios amorosos del cuerpo humano».
Por otro lado, el hombre, en su voracidad sexual, ha parcelado a la mujer como si fuera un territorio jalonado de agujeros a sobreponer, dominar, enchufar, insertar, acoplar... El poder sedicente del sexo masculino cree fundamentarse en esa lógica militar de ocupación. Esa obsesión por cubrir todos los orificios femeninos se manifiesta plásticamente en innúmeros dibujos que ilustran las obras libertinas del siglo XVIII donde la combinatoria de los cuerpos en la orgía muestra las diversas maneras de lograr una maximización sexual entre los componentes del grupo. Sin embargo, esa pretensión de dominio total del cuerpo femenino, esa ilusoria creencia de satisfacerla plenamente, queda desmentida por la realidad fisiológica: el breve tiempo de duración de la erección masculina denuncia su debilidad sexual y desmiente esa absurda pretensión de omnímoda potencia de satisfacción del gozo femenino. Fantasía que vela, sin duda, ese conocimiento de precariedad o descompensación respecto a la potencia orgásmica de la mujer. Miedo que asimismo, explicaría la posible y vergonzante proyección de la figura del pulpo como deseo de la mujer. Como sea, el pulpo será una sugerente metáfora más en las fronterizas relaciones entre hombres y mujeres.
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